"Su infancia fluye fuera de mis manos"

Si Alicia Muñoz encontrara la lámpara de los deseos, le pediría al genio del cuento que el día tenga más horas para poder compartir con su hija Adriana, de ocho años.
“Ahora la veo solo a instantes y casi siempre para decirle que haga los deberes del colegio, que no mire televisión muchas horas o recordarle algún pendiente para el día siguiente en la escuela. Sé que estoy perdiéndome su niñez, pero por ahora no puedo hacer otra cosa, sólo espero que un día ella lo reconozca”.
Alicia Muñoz, 31, es una enfermera que trabaja en una clínica pequeña en un distrito alejado de Santa Cruz de la Sierra, la ciudad más grande de Bolivia. Cada tarde de lunes a sábados cubre turnos de seis a 12 horas y dos domingos al mes le piden hacer turnos de 24 horas. Solo una vez los últimos seis años ha tenido vacaciones  todo por un salario menor a 230 euros. Ese dinero sirve a pagar la ropa, la comida y una pequeña habitación que Alicia comparte con su hija desde que el exmarido la dejó hace seis años. Allá solo caben dos camas, una mesa para el televisor y un mueble para guardar la ropa. En las paredes están pegadas las fotos de Adriana con diplomas académicos en las manos
“Es muy inteligente, pero muy terca, porque cuando no quiere aprender, no lo hace”, dice Alicia.
Generalmente Adriana y Alicia solo se ve a la hora del almuerzo. Luego Alicia se la lleva a la hija unas horas a la clínica, para que haga sus deberes escolares. Pero ya que Alicia tiene 20 pacientes a su carga, no hay mucho tiempo para ayudar a Adriana. Después, viene alguien —el papá de Adriana, su prima Cintia o una amiga — para llevársela, mientras Alicia se queda trabajando. A veces Alicia vuelve a verla a su hija por en la noche, pero otras sólo al día siguiente.
“Adriana aprendió temprano a quedarse en casas diferentes para que la cuiden. A veces la gente cree que Cintia, su prima mayor, es su mamá. Yo no lo veo mal, porque la hija de mi hermana es buena, muy madura para su edad (26). Pero a mí me hubiera gustado que Adriana sea católica, pero ahora no quiere, le gusta ir a la iglesia evangélica de Cintia”.
A Alicia le gustaría enseñarle muchas cosas a su hija. Quiere que sepa que en la vida sólo es posible triunfar con una profesión y piensa que una madre debe ser quien le hable de sexo de manera educativa. Sin embargo, es Cintia quien tiene más contacto con Adriana, porque es ella quien transmite valores humanos, le enseña a comer de todo y la reprende cuando se porta mal.
“Con ella, Adriana no se molesta, pero conmigo sí, porque el poco tiempo que la veo trato de aprovecharlo para corregirla”.
Cuando Alicia se queda a solas con su hija, en algún día libre que tiene, le fija horarios para mirar la tele. Aunque la niña no cumple a cabalidad, Alicia dice que le ayudan a poner límites. Pero el problema es que Alicia no controla los límites y reglas de su hija sola.
“Por ejemplo, yo le enseño que mientras no termina los deberes de la escuela no puede mirar televisión, pero su papá, se lo permite. Yo no le voy a comprar un celular hasta los 13 o 14 años, pero no sé si él se la dé. Para él es fácil darle gusto en todo y conquistarla.”
El gran miedo de Alicia es que Adriana un día le diga que quiere irse a vivir con su papá ya que sus reglas no son tan estrictas. Para Alicia es difícil hablar con su exmarido de esto, porque su pareja se molesta.
“Espero que Adriana entienda que si le exijo es por su bien. Su padre paga sus estudios, la cuida, pero quien le da formación y educa soy yo”.
Humberto es un constructor de 43 años cuya pareja, como la de Alicia, se fue con otra persona y lo dejó con los hijos. Hace más de 10 años; Katerine tenía diez años y Jhonathan ocho. Para pagar sus necesidades Humberto tuvo que trabajar largas horas en una fábrica de plástico.
“Como sólo éramos los tres, sabían que tenían que hacer sus tareas del colegio y cuidarse uno al otro”
Hace unos años Humberto encontró a una nueva mujer y tuvo dos otros hijos: Jefferson, de siete años, y Thiago, de cinco. Desde entonces decidió renunciar a su trabajo en la fábrica de plástico para trabajar por cuenta propia.
“Yo no gano mucho pero es suficiente. Lo que es más importante es que ahora si tengo que quedarme en casa para cuidar a mis hijos unas horas, lo hago. Si hay que ir a una reunión de padres en el colegio, estoy. Si hay que ayudarlos a hacer tareas, lo hago. Si hay que castigar, les quito la televisión o los videojuegos”
Humberto explica que él está más pendiente de la educación de los niños que la mamá, quien se encarga de asearlos, cocinar y enviarlos a la escuela. Aunque ha cambiado mucho en las últimas tres décadas, todavía en muchos hogares de Bolivia, es el papá quien pone las reglas, que la mamá debe apoyar. Ella cumple un rol importante en la educación de los hijos, en cuanto a corregirlos si se portan mal en la casa cuando está sola con ellos, pero siempre le consulta antes de tomar una decisión como darles permiso para ir a casa de un amiguito.
Humberto se dice ser estricto. Los hijos deben servirse lo que hay en la mesa y con los dos grandes les ponía reglas cuando salían a fiestas. Pero también muestra es muy cariñoso con los hijos menores. Le gusta abrazarlos y salir a pasear con ellos los fines de semana, lo que no hacía con los hijos mayores, por falta de tiempo para pasar con ellos y porque ahora ha cambiado mucho —asegura— respecto a su forma de ver la paternidad. Ahora quiere acompañar a sus hijos menores el mayor tiempo posible en sus vidas, en lo que ellos decidan. “Cuando fui chico no tuve cariño, por eso con mis hijos hago lo que no hicieron mis padres conmigo”, dice, aunque no se considera amigo de ninguno de los cuatro chicos, porque dice que si así fuera, no podría delimitar sus actuaciones.
Alicia tampoco sintió afecto de sus padres durante su niñez, pero en su caso ha resultado en dificultades para demostrar el amor que siente por Adriana con acciones y palabras.
“Vengo de una familia de 10 hermanos y mis padres nunca nos dieron un abrazo o una palabra dulce, por eso me cuesta ser así con ella. Yo veo a otros papás que abrazan a sus hijos y yo hago grandes sacrificios por la mía, pero no soy expresiva”.
Tanto Alicia como Humberto son de clases económicas bajas y no han tenido la posibilidad de estudiar en la universidad. Quizás por esta razón les importa mucho que sus hijos sí lo hagan, no importa la carrera que escojan. De los hijos mayores de Humberto, Katerine empezó a estudiar jurídica en la universidad, pero dejó cuando se quedó embarazada después de un año. Jhonathan ha perferido trabajar hasta ahora pero dentro de poco empezará un curso para ser eléctrico.

“Yo les hablo siempre y les digo que aquí no les va a faltar nada, ni comida, ni ropa, ni amor y si tengo que trabajar más para que estudien, lo voy a hacer. Si no lo saben aprovechar de las condiciones ellos sabrán qué destino tomar, yo habré cumplido como padre”

Este texto fue escrito para el diario Svenska Dagbladet de Suecia, gracias a la traducción de Karin Elfvin. Las fotos son de Patricio Crooker.


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